martes, 11 de septiembre de 2007

Del arrojo al “sano juicio”

Julio Eutiquio Sarabia
(Fragmento)

Gabriel Bernal Granados, En medio de dos eternidades, Libros Magenta,
México, 2007, 224 p.

I
Aunque doce años aún no alcanzan los veinte, los veinte que refiere el tango y que no son nada porque la literatura es una especie de libro de arena, por fin aparece una selección de los ensayos que a lo largo de ese periodo Gabriel Bernal Granados fue dando a conocer en publicaciones periódicas. El curioso lector, intrigado por la dimensión del volumen, recurrirá a la aritmética y descubrirá enseguida que de ese “rescate” contenido en las páginas de En medio de dos eternidades sobreviven apenas en promedio dos textos por año. Veinticuatro ensayos distribuidos en cuatro secciones casi simétricas. Como si hubiesen sido curados de la misma manera que los cuadros de una exposición, fulge en el acomodamiento de los ensayos un talante poético que se manifiesta plenamente en las aproximaciones a la obra de Jorge Eduardo Eielson, Gonzalo Rojas, Eduardo Milán, Reynaldo Jiménez, Roberto Tejada y Roberto Rico.
En medio de dos eternidades, habrá que anotarlo desde ahora, es un territorio en que si bien la prosa no parece tener las resquebrajaduras o los altibajos que advienen con el tiempo, no puedo evitar la sensación de que al incursionar en las primeras páginas de cada ensayo estoy pasando las hojas del álbum en el que se resguardan las fotografías de una mudanza. De cada escritor, me figuro, Bernal Granados fijó instantáneas con la meticulosa paciencia de los espíritus que desconfían de las muletas que son a menudo las notas a pie de página.
Advertido el lector de las cuatro secciones, se me ocurre que En medio de dos eternidades acepta dos maneras de abordarlo, como los libros de relatos o los de poesía; dos maneras elementales —ocioso es decirlo—, y sin embargo nunca encontradas entre sí. Una, dejando que el capricho se imponga desde el índice y que su homónimo, el dedo acusador, señale el número de página en el cual la curiosidad se satisfaga o el gusto, esa silenciosa variedad de las termitas, se deleite en hallazgos y sorpresas. El impulso que demanda un procedimiento así se verá envuelto sin duda en una prosa cuya lectura no es menos placentera que la de los libros referidos, se ocupe aquélla del discurso poético o del discurso narrativo; trate escritores como Edgar Allan Poe o Juan José Arreola, como William Carlos Williams o Salvador Elizondo.
El otro modo —el convencional, el que me dispongo a seguir— sugiere que uno se detenga en el Prefacio y, sin demora, se allegue los datos ahí ofrecidos para saber a qué clase de libro ha de enfrentarse y a qué inteligencia obedecen esos textos que originalmente fueron “reseñas, artículos y ensayos” pero que ahora, zanjando la distancia —y los humores—, comparecen como “ensayos de literatura” a secas, así, según se anuncia en la portada. Ahí en ese par de páginas que constituyen el Prefacio se informa, sin entrar en detalles, que no están todos los autores ni todas las cuartillas que generaron doce años. Tampoco sabremos si lo desechado era, desde su nacimiento, coyuntural o si las mutaciones del gusto provocaron su expulsión definitiva.
Esta precisión es bienvenida porque propicia la conjetura sobre los años de formación en los cuales Bernal Granados forjó su santoral laico. Quiero decir que debió tropezar con autores cuya presencia estaba destinada al establecimiento de un diálogo constante y, al mismo tiempo, por esa frecuentación, éstos se transformaban en la herramienta indispensable que convirtió el gusto de Bernal Granados en un gusto crítico. En suma, “la materia y la forma”, como el autor llega a decir en “Calasso, el asesino mismo”. De esas lecturas formativas dan testimonio cierto sabor y cierta brevedad inherentes a algunos textos que vivieron primero, me parece, como reseñas, como escritos cargados de una intencionalidad, por así decirlo, “utilitaria”: el servicio al lector, no menos generoso que la impostergable necesidad de llamar la atención sobre obras desdeñadas afortunadamente por la mercadotecnia editorial.Este proceder discriminatorio —la selección o la poda que Bernal Granados efectuó de su labor— introduce la sospecha de que muy poco quedó del arrojo juvenil y mucho ganó el “sano juicio”, pues a juzgar por la concepción del volumen nada hay que sugiera la existencia de cabos sueltos. “Sano juicio” porque los ensayos de Bernal Granados están gobernados por una inteligencia que se distingue por su sobriedad y su equilibrio. Aventurados en cuentas, Bernal Granados, quien naciera en 1973, debió contar con 22 años cuando, con arrojo, se decidió por el ejercicio del criterio como una prolongación o una faceta más en su vida de poeta, editor y traductor. En rigor, una vuelta a los orígenes: poesía y pensamiento. Desde entonces, o en el trayecto, el ensayista descubrió que el fragor de las pasiones acusaba mayores posibilidades de seducción si en lugar de la frase atrabiliaria su prosa adquiría la limpidez como atributo.

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