lunes, 19 de abril de 2010

La identidad silenciosa

Luis Vicente de Aguinaga
 
Rafael Cadenas, Obra entera. Poesía y prosa (1958-1998), prólogos de Darío Jaramillo Agudelo y José Balza, Fondo de Cultura Económica, México, 2009, 2ª ed., 733 p.
 
Nacido el mismo año que Juan Gelman y Francisco Urondo, un año antes que An­tonio Gamoneda y María Victoria Atencia y un año después que José Ángel Valente y Enrique Lihn, Rafael Cadenas (Venezue­la, 1930) parece confirmar en cada una de las páginas que ha publicado aquello que Samuel Beckett insinuara en su ensayo so­bre Marcel Proust, a saber: que no decir “yo”, al escribir, es imposible. Adversario, sin embargo, de la egolatría, Cadenas por lo general se plantea la escritura como la última intemperie genuina de la humani­dad. “No quiero estilo, / sino honradez”, ha escrito en uno de sus poemas. También ha escrito, a contrapelo de casi todo lo que se haya opinado en el mundo acerca de la poesía, que “no hace falta música / para un dicho / real”.

El yo de Cadenas, por lo tanto, se quie­re silencioso y escueto. Como en los mejo­res libros de Valente y de Gamoneda, en los mejores de Cadenas —pienso en Memorial, en Amante— aparece, al trasluz, el rostro de un hombre serio, de pocas palabras, fir­me a la hora de negar, parco a la hora de afirmar, incapaz de humoradas o desplan­tes. Como en los mejores libros de Gelman y de Lihn, en los de Cadenas el discurso no se confirma en su fluir sino en su interrum­pirse. Propenso al aforismo, a la sentencia, Cadenas evita proferir, con todo, verdades enormes o regañinas generalizadoras, limi­tándose (lo digo con perfecta conciencia: limitándose) a verificar la existencia del mundo en sus manifestaciones más humil­des, a la manera del que acepta que un mo­desto rayo de sol a través de la persiana basta para confirmar el vigor de todas las estrellas.
Dispuesto, así, a tomar el pulso de unos pocos objetos y personas, Cadenas apoya su pensamiento en la incertidumbre y su palabra en la cortedad, infundiendo en su lector —ha sido mi caso, por lo menos— un sentimiento de insatisfacción que, tras algunos esfuerzos y tanteos, lo compromete finalmente a trabajar en el cumplimiento del poema. Y no es que haya que descifrar ni aclarar nada en la poesía de Cadenas, que no se atarea con referencias ocultas ni consiente misterios artificiales. Más bien ocu­rre que las nociones mismas de cons­truc­ción y de composición parecen impacientar a Cadenas al punto de hacerlo concebir la poesía como una renuncia, incluso como un abandono. Su energía, su entusiasmo —un entusiasmo ceremonial, afín a ciertas formas de atención o concentración en lo sagrado—, son asimilables, por todo ello, a la felicidad paradójica de los que asisten a su propio vaciamiento y a su propia de­sintegración, habiéndolos propiciado casi siempre por vía religiosa: “Si callas / toda­vía te oyes tú, / el muy lleno, / que nada vales / (o sólo vales en tu errancia).”
Ésta, la segunda edición de la Obra entera de Cadenas, básicamente se distin­gue de la primera en la incorporación de una docena de poemas que, titulados Des­de Boston, acaso datan de la estancia del poeta en dicha ciudad a fines del siglo pa­sado. También añade al prólogo de José Balza otro de Darío Jaramillo Agudelo. Complementarios, ambos prólogos consti­tuyen sendos recorridos lineales por la vida y la obra de Cadenas (más por la obra, el de Jaramillo Agudelo; más por la biografía, el de Balza) y, cada uno en su estilo, invitan a leer esta Obra entera de principio a fin. Lo cual es factible, pero no in­dispen­sable: la coherencia de los poemas, notas, aforismos y ensayos de Cadenas ra­dica no tanto en la eventual concatenación de sus libros como en la reiteración y de­sarrollo de una misma convicción, de una misma fe que, de tan milimétrica y frágil, apenas logra manifestarse de manera explí­cita en versos esporádicos o en poemas brevísimos como éste, de Memorial: “Un momen­to separado de todos los momentos / tiene años esperándote fuera de los años.”
El al que se dirigen las palabras que acabo de citar, así como el invocado en el poema que reproduje más arriba, es desde luego uno mismo con el yo que di­ce no querer “estilo”, sino “honradez”. Esta penetrante y sencilla herramienta ex­presiva —presentar el yo como un — es tal vez la única que Cadenas emplea sin desconfianza. Cualquier otro asomo de re­tórica le parece una veleidad, cuando no una imposición inadmisible. Los dos volú­menes de aforismos (Anotaciones y Dichos) y los dos ensayos de aproximación al he­cho literario (Realidad y literatura y En tor­no al lenguaje) que Cadenas ha escrito, así como sus profundos Apuntes sobre san Juan de la Cruz y la mística, en última instancia pueden leerse como lanzas rotas en pro de la sencillez y la desnudez de la palabra.
Cadenas habita sus poemas en la me­dida que los entiende como espacios abier­tos, potencialmente acogedores. Obsérvese de qué manera se refiere a la palabra: “palabra, / casa sin atavíos”. Obsérvese, luego, cómo habla del cuerpo (del suyo propio y de todo cuerpo humano): “Lugar de la presencia, / lugar del vacío”. Cobra sentido, así, que para Cadenas el poema sea el punto donde logran juntarse pala­bra y cuerpo, donde la más estricta reali­dad exterior se hace interior, y donde, por lo mismo, la identidad personal responde a la enorme sencillez del universo.

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