miércoles, 16 de febrero de 2011

Cinco poemas

Laura Solórzano


PLANTA

Que mi boca exponga un abrazo al sonido
y exhiba una erupción que vibre hacia la hechura del vuelo:
quiero escribir para abrir mi libro.

No quiero soltar un asunto de palabras con el metrónomo
del estudiante: sílaba sí, silaba no, y llorar de llanura perdida.

Experimentar el vehículo de la mano, la tinta de la mano
o el tachón del doblez despierto en que tropieza el fraseo.

Escucho lo que quiero con cierta amargura de editores cegados
al símil resuelto, atentos sólo al uso y clavados en una copa elemental.

Mi respiración sube al registro aéreo en la línea que activa mi página.
Quiero la nube en el sobre, quiero un rayo en la carta,
quiero un viento valiente para dotar de nostalgia a la emoción herida.

Un verso destrozado por la llanta primaveral es un vaso de equilibrios.
Un violín en la necesidad de la planta madre es un ventanal.


NUEVA VIDA

Un zarpazo es mi añoranza, mi funcionalidad es un deseo adoptado por la maquinaria del ser. Este círculo hubiera querido seguir sangrando, se ha detenido frente a mi casa de dos pies y duerme como un bebé.

Un bebé circular en la esperanza de terrazas y vistas comprimidas. Un bebé de señales punzantes que silba en el aire como una daga perdida y reencontrada. ¿Un bebé pavimentado en el sendero espinoso de la médula infinita?

Me levanto a comprender el poder de un cuerpo, preñada de un millón de meses anhelantes en el paisaje de la ansiedad. En la piel del vientre un zarpazo inicia un destino y la materia se retuerce, ingobernable y álgida.


CORPUS LÁCTEO

La razón trabaja en el camino espectral
como un fantasma físico

Es un sismo en la línea o un lugar en la lengua
(llevar al otro lado el hecho que huye)

Amplia quietud queriendo el terciopelo de la luz

Mi línea persigue su garganta
Mi huella plantea la soledad en uso
(ciertamente escucho la calle que no quiero atraer)

Se trenzan las partes y se mastica esa música
¿Esto vive o se marcha?¿Miente?

Madre blanca en la bandera de mi vena: ven
Madre inmortal de misterios en la máquina

Mi fondo es un fantasma cincelado en el frío

Cuando toca con su tacto de razones
y el rodar de las horas se enrosca en el viento


ÉMPATA

a Úrsula K. Le Guin

Es hora de encontrar un eje temerario.
Un color de angustia en espiral o aquella terraza que amabas.
Es hora y minuto de hora y volantín instantáneo, esto mismo.
Obsequios de escuchar el reloj, mientras el amor desprevenido
se encaja en la ausencia. Ausencia es la palabra
que busca un eje sin remedio y no por sentirla como por vencer
su fuente, verdad de cara a la mentira que nada en la hora,
como si en albercas pereciera de una vez. Un color
de angustia táctica, que olfatea, llenándose de alegros independientes,
de colibríes intactos: digo que hace falta amar esa terraza,
fina, lívida, desbaratada por minuteros acústicos de un ritmo frío.


VIVERO

La voz surge insegura en la semilla. Desespera entre canciones de sucesos pasajeros. En ese viaje divaga, en esa esquina la voz se nubla impenetrable y germina en la antesala de las palabras. Yo atisbo con el ojo olfativo, con parpadeo de impaciente espera. Este ánimo es el mirador de un comienzo. Un murmullo que afirma en cada paso la persecución de un fruto. En cada ser el nuevo humus promete la planta, la geografía, el sistema y emprende un crecimiento hacia el diseño de sí.

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