martes, 15 de febrero de 2011

Sobreperdonar

Armando González Torres
(Fragmentos)


IX

El perdón es distinto en el sueño y en la vigilia, pero en su estado más puro se confunden.

No invocarás razones, actuarás como un esclavo a la hora de ejercer el perdón.

Hay un perdón virtuoso que no se pronuncia, sino que se contagia.


X

El perdón es un bello, y arriesgado, paso de fantasía en el baile de las conciencias.

El perdón no es solemne, al contrario, se trata de jugar con las palabras y, si se puede, cantar.

Un buen perdón es grato a los sentidos.

Lo mejor para perdonar, ensalada de lechugas mixtas, alcachofa cocida y agua simple.


XI

Para perdonar: hay que sentarse en una posición que plazca al cuerpo; permanecer en ella con los ojos cerrados; alejar las emociones banales, las imágenes impuras y los pensamientos graves; apreciar el orden con que navega la sangre por conductos inauditos y hacer fluir el calor interno hacia los poros que se rociarán de un sudor purificante; aspirar entonces pausada pero profundamente antes de que la palabra se dibuje casi imperceptible en la punta de los labios.


XII

Hay que admitir que es imposible perdonar sin ayuda divina y, por supuesto, es imposible perdonar desde la razón.

Sin embargo, si no perdonáramos, nos quedaríamos para siempre convertidos en las criaturas que quiso moldear la imaginación enfermiza de los victimarios.

No perdonar, entonces, es como aceptar que nada, ni siquiera nosotros, somos dignos de remisión.

Y que toda vida consiste únicamente en una sucesión de episodios mudos, que no dejan aprendizaje ni esperanza.

Por eso, de la manera más necia e injustificada, hay que perdonar; con asco y con rabia, hay que perdonar, apelando a la fe más honda y, al mismo tiempo, sin esperar nada de este acto, hay que perdonar.


XIII

Ningún perdón, ni el más generoso que me concedas, colmará la medida de mi culpa y de mi angustia.

Es más, dicen que uno se acostumbra a un pasado imperdonable.

Aunque también dicen que, a fuerza de perdones, uno acaba perdonándose.

No importa, ¿sabes?, he llegado a ese punto límite en que el estado de mi alma ya no me concierne.


XIV

Era una visión horrorosa: las peticiones y concesiones de perdón se multiplicaban por la faz de la tierra.

Los hijos perdonaban a sus padres y los padres a sus ancestros y así hasta llegar al simio.

Las mujeres y los niños perdonaban a sus violadores y competían por servirles limonada.

Los animales perdonaban a sus amos por haber desquitado en ellos su desdicha e impotencia y, con el lomo quebrado por los azotes, les lamían los zapatos manchados de sangre.

Dios perdonaba a los demonios y se dejaba toquetear por ellos, aunque fingía no darse cuenta.

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